¿Podemos hablar de una cuarta ola en el movimiento feminista? Monográfico 8M

¿Podemos hablar de una cuarta ola en el movimiento feminista? Monográfico 8M

Imagen| Laura Árbol

El 25 de noviembre del 2018 las mujeres nos hemos manifestado en las calles de un gran número de ciudades españolas contra la violencia patriarcal. Esta acción solo ha sido la continuación de la huelga feminista y las manifestaciones de mujeres convocadas el pasado 8 de Marzo, así como de las concentraciones y marchas contra la sentencia de la “manada” llevadas a cabo en Pamplona, Barcelona y Madrid a fines del abril pasado. Ya el 7 de noviembre de 2015 se había celebrado en Madrid la primera Marcha estatal contra las violencias machistas donde se puso de manifiesto la pujanza del movimiento. Y creo importante recordar el impresionante despliegue feminista que supuso el llamado Tren de la Libertad que el 1 de febrero de 2014 concentró a miles de mujeres y de hombres en Madrid desde todos los puntos de España contra la anunciada reforma de la Ley del Aborto de Ruiz Gallardón que, acabó “abortada” ese mismo año.

Por tanto, aunque solo nos fijáramos en las grandes movilizaciones de los últimos cuatro años en España, no resulta extraño que muchas activistas y teóricas de nuestro país hayan comenzado a debatir sobre si podríamos estar viviendo el comienzo de la Cuarta Ola del movimiento feminista. Mi propósito es el de aproximarme a esta sugerencia y comparar (de una forma muy condensada) el flujo de este movimiento con los que dieron paso a las tres Olas anteriores.

Lo primero que quiero aclarar es que, a diferencia del feminismo anglosajón, en España al hablar de Primera Ola del feminismo nos referimos al nacimiento de este como movimiento de emancipación de las mujeres que tuvo lugar en el siglo XVIII con la Ilustración y se manifestó en la Revolución Francesa. Las mujeres habían luchado codo a codo con los hombres frente al absolutismo, pero en la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano comprueban que la Declaración no se refiere a ellas sino solo a los varones. Las mujeres deben volver a su papel “natural” en la familia. Olympe de Gouges publicó en 1791 la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en la que se sustituye la palabra hombre por la de mujer y se reforman algunos enunciados para resaltar las contradicciones de la Declaración de 1789. Uno de sus argumentos era el de que las mujeres tienen derecho a subir a la guillotina (lo que le ocurrió poco después a ella misma) pero no a subir a la tribuna. En 1792 la inglesa Mary Wollstonecraft, que vivió un tiempo en Francia durante la revolución, publica Vindicación de los derechos de la mujer en donde, armada con los mismos conceptos ilustrados que utilizó Rousseau para explicar que la desigualdad económica y social que dividía a los hombres era una construcción social, se revolvía contra el filósofo para demostrar que la desigualdad entre los sexos tiene un origen social y no es una división “natural” como el filósofo pretendía. En definitiva, la Primera Ola visibilizó la falsa universalidad de los derechos del hombre, reclamó una ciudadanía plena y una educación igual a la de los varones, desarrolló una lucha contra el prejuicio (tanto da el de inferioridad como el de excelencia de la mujer: lo que se plantea es la igualdad) y articuló su lucha mediante reivindicaciones que luego serán recogidas por las siguientes olas. Por tanto, se hace patente que, como dijo acertadamente Amelia Valcárcel, “el feminismo es el hijo no querido de la Ilustración”. A partir de entonces, el feminismo se establece, como dice Celia Amorós, como un “tipo de pensamiento antropológico moral y político que tiene como su referente la idea racionalista e ilustrada de igualdad entre los sexos”. Se desarrollaría, por tanto, durante estos tres últimos siglos, aunque es innegable que antes se produjeron movimientos de mujeres que lucharon contra algún aspecto de su opresión pero que no se articularon como feminismo. Por ello me parece preciso establecer una genealogía del feminismo, especialmente para no creer que cada vez que cobra fuerza el movimiento empezamos de cero.

La Segunda Ola tuvo lugar en el siglo XIX y arranca con la «Declaración de Seneca Falls» de 1848 con motivo de la primera convención sobre los derechos de la mujer en Seneca Falls (Nueva York). Se basó este manifiesto en la Declaración de Independencia de los EE.UU. Y en él las mujeres denunciaban la falta de derechos políticos (no podían votar ni participar en política de ninguna forma), económicos y jurídicos. Piden que se modifiquen las leyes que impidan la verdadera y “sustancial felicidad de la mujer”. A partir de entonces el movimiento sufragista continuó en los EE.UU., muy unido al movimiento abolicionista y al mismo tiempo en Inglaterra en donde tuvo lugar una amplia movilización de mujeres, centrada en la exigencia del voto femenino, con la idea de que, conseguido este, el escenario se modificaría y las mujeres podrían gobernar y cambiar las leyes que las sumían en la desigualdad. El movimiento se trasladó a muchos otros países que exigieron lo mismo y ya a en las primeras décadas del s. XX aparecieron algunas feministas socialistas en Europa, como Clara Zetkin, Alexandra Kollontai y Rosa Luxemburgo que desde partidos socialistas reivindicaban sus derechos, sobre todo para las mujeres trabajadoras. En definitiva, la Segunda Ola se centró en el derecho al voto (aunque no solo) y se puede decir que su objetivo se acabó cumpliendo con la Declaración de los Derechos Humanos aprobada por el Consejo General de la ONU en 1948 que reconocía a los hombres y a las mujeres como sujetos de los derechos fundamentales de las personas.

La llamada aquí Tercera Ola (segunda para el feminismo anglosajón) fue precedida en 1949 por la obra de Simone de Beauvoir El Segundo Sexo y comienza en los años 60 en EE.UU. con un feminismo de tendencia liberal representado por Betty Friedan (La mística de la feminidad, 1963) y el movimiento NOW, así como por la aparición de mujeres procedentes del movimiento por los derechos civiles que se acabarán llamando feministas radicales. Junto a ellas surgirán algunas, conocidas como feministas “culturales” (Mary Daly y Adrienne Rich son las más destacadas). Entre las primeras sobresale Kate Millet que en 1970 publica su obra Política Sexual en la que afirma que las relaciones de poder entre hombres y mujeres en la sociedad son la clave de las desigualdades entre los sexos y el patriarcado es la más antigua estructura de dominación y subordinación en la historia humana. El mismo año Sulamith Firestone escribe La dialéctica del sexo, otra obra clave en esta etapa. Tanto Millet como Firestone se inspiran en Simone de Beauvoir.1

Pues bien, como dije anteriormente, hoy se está hablando de que el movimiento al que asistimos en estos últimos años se podría considerar una etapa nueva del movimiento feminista que habría que considerar la Cuarta Ola. Desde mi punto de vista, tendríamos que andar con mucha cautela al hablar de Cuarta Ola. Creo que lo que en estos años está haciendo el movimiento feminista se sitúa en completa continuidad con las reivindicaciones y debates que se plantearon en la llamada Tercera Ola. No ha existido un reflujo, por así llamarlo y para seguir con la metáfora marina, parecido al que se produjo respectivamente entre la Primera y la Segunda Ola o el que se manifestó entre la Segunda y la Tercera. Hay dos razones para creerlo así:

1) Si atendemos solo al movimiento en los EE.UU, a mediados de los años 70 aparecieron grupos de mujeres como el Combahee River Collective en 1975, pasando por el feminismo chicano representado por el libro colectivo This Bridge called my Back (Anzaldúa, Sandoval, Alarcón y muchas otras) de 1981, siguiendo por la obra de 1983 de bell hooks Aint I a Woman? y la de 1984 de Audre Lorde Sister Outsider. Es decir, muchas mujeres negras, chicanas, de origen asiático, latino, etc., desarrollaron durante la década de los 80 y 90 su idea de lo que debería ser un feminismo no exclusivamente blanco, occidental, de clase media y heterosexual, realizando una crítica al etnocentrismo y al esencialismo que para ellas estaba presente en muchas feministas de los 60 y 70. Este tema sigue debatiéndose en nuestros días aunque los argumentos se hayan ido transformando en consonancia con los cambios habidos en el feminismo.

Por tanto, en las décadas de los 80 y 90 el movimiento feminista continúa vivo, pese a que estamos en el periodo de la nefasta alianza Thatcher-Reagan, de la consolidación del neoliberalismo y, como consecuencia, de una reacción del patriarcado ante las conquistas ya conseguidas por las mujeres. Pero es también la época en la que los debates dentro del feminismo cobran mayor importancia. En el ámbito intelectual coincide este momento con la introducción del pensamiento posmoderno que influye decisivamente en muchas autoras y abre un debate sobre el sujeto del feminismo en el que intervinieron Seyla Benhabib, Nancy Fraser, Judith Butler, Linda Alcoff, Christine Di Stefano, Teresa De Lauretis, Rosi Braidotti y Donna Haraway, entre otras. En los 90 y a principios del nuevo milenio aparece el que se denominó feminismo poscolonial en el que destacaron las críticas al feminismo occidental por etnocéntrico y heteropatriarcal. Como ejemplo citaré el artículo de Chandra T. Mohanty «Under Western Eyes: Feminist Scholarship and Colonial Discourses» que en 1984 encendió el debate y desató una plétora de publicaciones en el mismo sentido. Sin embargo esta misma autora en 2003 2 introduce una revisión de este artículo que creo que representa un cambio notable desde su artículo primero. Por otro lado, los problemas surgidos en este país con la guerras de Irak y de Afganistan desencadenaron una serie de reacciones contra el fallido intento de Bush de utilizar la W de mujeres para asociarla a la W de guerra. Feministas como Angela Davis, Zillah Eisenstein, Leslie Cagan y Cynthia Enloe (todas ellas participantes en las luchas y debates de los 60 y 70) denunciaron los verdaderos motivos de estas guerras considerándolos desde una perspectiva feminista. Eisenstein afirma: «La «W» no representa a la mayoría de las mujeres de este país. Y no representa tampoco a la mayoría de las mujeres de los países devastados por la política de guerra imperial estadounidense, o de las maquilas, o de las plantas industriales de Nike en El Salvador o en Bangladesh»3. Por eso opino que no existe un reflujo del movimiento, sino un debate de objetivos y luchas que permanece desde hace más de 50 años.4

2) Por otra parte, si consideramos el feminismo en otros países, la Tercera Ola no se presenta ni al mismo tiempo ni de la misma forma. Solo citaré los casos de América Latina y de España. En América Latina, como dice Verónica Schild, en la época de los 70 el Estado fue dominado por brutales dictaduras militares. “Los movimientos feministas de la década de los 70 emergieron en el transcurso de luchas revolucionarias contra regímenes fuertemente represivos: juntas militares detentaron el poder en Brasil desde el 1964, en Bolivia desde 1971, en Uruguay y Chile desde 1973 y en Argentina desde 1976.” “Los movimientos feministas que emergieron en la región no eran meramente imitativos de las experiencias estadounidenses; a menudo suponían reconfiguraciones de corrientes preexistentes- socialista, anarquista, católica, liberal—con tradiciones de activismo, investigación e intervenciones culturales que se retrotraían al siglo XIX”.5 Es decir, el movimiento feminista no fue homogéneo en estas décadas y no manifiesta las mismas experiencias ni debates del que tenía lugar en los EE.UU.

Y lo mismo es aplicable a nuestro país. En España ya antes de la muerte de Franco, había algunos grupos feministas y muchas otras mujeres que militaban en partidos políticos pero que pretendían a la vez llevar a cabo reivindicaciones feministas. Todas ellas estaban en la ilegalidad más absoluta. Según A. Valcárcel las feministas españolas salimos de la dictadura franquista,

“sin pasado feminista reconocible, habiendo sufrido como todo el país la ablación de la memoria, nos surtimos de fuentes variopintas pero nos ayudó mucho a no errar la propia magnitud de los objetivos que enfrentábamos.”

Y continúa: “Lo que aquí conocimos no se parece a ninguna experiencia de nuestro entorno. No es lo mismo nacer en una democracia consolidada que nacer en este orden que se acaba de describir. Mi generación se hizo en él, luchó contra él y venció”. “No es un feminismo por lecturas sino por vivencias” 6 Por tanto, en nuestro país tuvimos que quemar etapas y además de luchar por los derechos de la mujer, quien durante la etapa franquista estaba supeditada al padre o al marido, lo hicimos también por conseguir la despenalización del adulterio, el derecho al divorcio, el derecho al aborto sin supuestos y nos involucramos en los debates teóricos y prácticos que estaban presentes en países de nuestro entorno que habían salido bastante tiempo antes del oprobio fascista, especialmente Francia e Italia. Algunas mujeres ya en los años 80, se sumaron a los debates existentes en el feminismo anglosajón, francés e italiano, recogiendo algunas de sus propuestas y sus luchas.

Sin embargo, hay que reconocer que existe un elemento totalmente nuevo que se ha introducido y ha articulado y transformado nuestro movimiento de forma indiscutible: el uso de las redes sociales y, en definitiva, de la tecnología de la información. Ahora bien, considero que este fenómeno, por sí solo, no puede configurar una nueva fase del feminismo, aunque sí modularlo de un modo diferente y es absolutamente cierto que nos ha aportado herramientas con las que poder acceder a ideas, experiencias y reivindicaciones del feminismo en todo el mundo. Y, gracias a ellas, podemos entrar en contacto con mujeres europeas, latinoamericanas, africanas, asiáticas, haciendo realidad que el movimiento sea lo más global posible.

Por todo lo ya dicho, me parece necesario reconocer el hecho de que el feminismo ha sido una corriente de actividad teórica y práctica constante desde los años 60, aunque, eso sí, con un desarrollo temporal no uniforme debido a las circunstancias políticas y sociales de los diferentes países que configuran nuestro mundo. Tendríamos que recordar que en la agenda feminista hoy se presentan problemas que aparecieron hace más de 50 años. Por ejemplo, la necesidad de acuerdo sobre cuál es el sujeto del feminismo es de crucial importancia hoy7 como lo fue en la década de los 80 y 90 del siglo pasado. Respecto a este tema hay que señalar que es este un debate radicalmente filosófico. C. Amorós ha señalado en Feminismo y Filosofía que prefiere el término “feminismo filosófico” porque en esta etapa la filosofía feminista debe atender antes a las tareas deconstructivas, entendidas estas en un sentido amplio como sinónimo de crítica. Ya en su primera obra, Hacia una crítica de la razón patriarcal, en 1985, se propone poner de relieve el carácter patriarcal del discurso filosófico “no tanto con el tedioso espíritu notarial de levantar acta de una ausencia como con la perspicacia del “detectador” de síntomas.”8 Y, un poco más adelante, afirma:

“El feminismo habrá de constituirse en una nueva forma de filosofía de la sospecha, de hermenéutica que busca donde está el truco de un discurso que trata de localizar sus trampas, de identificar sus lapsus, […], lectura entre líneas de lo no-dicho.”9

Es decir, Amorós fue la primera filósofa que aplicó lo que se denomina la “hermenéutica de la sospecha” a los textos filosóficos desde una perspectiva feminista. Las abstracciones ilustradas como sujeto, ciudadano, individuo, que pretendían ser máximamente inclusivas, en la práctica dejan fuera a la mitad de la humanidad. Ocurre, por tanto, que “el masculino se solapa con el neutro y asume lo genéricamente humano que, en el discurso ilustrado, se define por la universalidad, por la igualdad de todos los sujetos.”10 Es decir, una particularidad (la masculina) se ha apropiado exclusiva y excluyentemente de lo universal, de lo genéricamente humano. Lo que hicieron las anteriores feministas no fue sino denunciar esta usurpación y criticar por incoherentes las abstracciones ilustradas, invocando a la vez sus virtualidades universalizadoras. Y esto se puede aplicar no solo al falso universalismo del sujeto de la modernidad, sino también a las tentativas de sujeto fragmentado que, en los 70 y 80 postula el posmodernismo. Pues bien, estoy convencida de que nuestras pretensiones emancipatorias son insostenibles sin un sujeto colectivo, sin un “nosotras” que articule nuestras exigencias. Y si el sujeto de la modernidad no incluía a las mujeres, el sujeto “débil”, “dividido”, “heterogéneo” de los filósofos posmodernos sigue siendo un sujeto “masculino”, pese a una pretendida “feminización” de la filosofía (Derrida, Deleuze, Lyotard) que, como dijo Françoise Collin, representa “lo femenino sin las mujeres”.

Otro tema, el de la interseccionalidad, aparece en 1989 en la feminista Kimberle Crensaw quien recoge la idea de las feministas de color anteriores de que el género no es siempre el más radical de los ejes que nos configuran, haciendo hincapié en la raza, la clase social y la orientación sexual, además de otros factores. Esta cuestión sigue en estos momentos de plena actualidad, aunque se plantea en términos algo diferentes que no puedo ahora abordar aquí.

Y, por último, la lucha contra la violencia sobre las mujeres, que parece haber saltado en los últimos años al primer plano, era ya dominante en la Tercera Ola en los EE.UU. Recordemos el libro de Susan Brownmiller “Contra nuestra voluntadHombres, Mujeres y Violación” (1975) en el que estudia la violación a lo largo de la historia. Esta obra, junto a la ya citada Política Sexualde K. Millet consiguen que este problema no sea meramente personal sino una lacra social cuyo origen está en el patriarcado. Y es precisamente esta idea la que ha hecho posible que la violencia de cualquier tipo sobre las mujeres fuera examinada ya en el Tribunal Internacional de Delitos contra la Mujer (Bruselas 1976) donde se discutió sobre el abuso infantil, la mutilación genital y la violación. En esta misma década se hizo más fuerte la denuncia del maltrato físico, sexual o psicológico contra las mujeres dentro de la pareja, al tiempo que se articulaba un movimiento de mujeres maltratadas en Inglaterra donde se abrió la primera casa de acogida en 1971.

Todo esto ha hecho posible que hoy existan leyes en muchos países contra la violencia de género. En nuestro país la Ley Integral de Violencia de género del 2004 entendía esta como la que se produce por el hombre sobre la mujer en las relaciones de pareja. Sin embargo, el Convenio de Estambul de 2011 dice en su Preámbulo: “Reconociendo que la naturaleza estructural de la violencia contra la mujer está basada en el género, y que es uno de los mecanismos sociales cruciales por los que se mantiene a las mujeres en una posición de subordinación con respecto a los hombres…” y más abajo “los hombres no están expuestos a ella; porque esta violencia, para que sea calificada como tal, debe ser infligida por un hombre contra una mujer, dado que son ellos los que forman parte del grupo dominante y no las mujeres.” Lo cual nos lleva a concluir que según este Convenio, la violencia sobre las mujeres puede producirse tanto en el contexto familiar como en cualquier otro tipo de relaciones fuera de la familia, sin que necesariamente medien relaciones de afectividad. España ratificó este convenio en 2014 pero no lo ha aplicado.11 En nuestro país se sigue considerando aún violencia de género solo la que se ejerce sobre las mujeres cuando hay relaciones de pareja. Sin embargo, para nosotras la muerte de Ana Orantes y la de Laura Luelmo tienen la misma causa.

Además la lucha contra la violencia sobre las mujeres en estos años del siglo XXI tiene más frentes que en los 70 y se ha hecho más aguda y compleja ya que ahora combatimos contra formas de violencia agudizadas por la etapa de globalización neoliberal que vivimos, como los feminicidios cometidos en masa, la trata de personas, el aumento de las mujeres refugiadas y migrantes que huyen solas o con sus hijos de la guerra, la miseria o la violencia de sus países de origen, la utilización de las mujeres en las guerras, los “vientres de alquiler”, etc., todas ellas manifestaciones del patriarcado como estructura de dominación y subordinación de la mujer.

Es cierto, por otra parte, que hay reivindicaciones hoy que siguen existiendo aunque dotadas de mayor visibilidad y todas ellas relacionadas con la igualdad: eliminación de la brecha salarial entre hombres y mujeres, el combate contra la creciente feminización de la pobreza, la exigencia de que los “cuidados” sean una tarea que concierne a todos y no solo a las mujeres, etc.

Por todas estas razones creo que sería precipitado afirmar que estamos en una fase diferente del movimiento feminista aunque sí deberíamos alegrarnos porque nuestro empuje es cada vez más fuerte y no sólo en nuestro país sino en muchos otros lugares del mundo. La continuidad de los debates y reivindicaciones que se manifestaron en los años 60 y 70 siguen vigentes, aunque el feminismo haya sabido superar muchas trampas tendidas por el patriarcado estos años pasados y mantener la lucha fundamental. Lo que queda patente es que, a día de hoy, la pujanza de nuestro movimiento ha propiciado una contrarreacción patriarcal que ya se ha desatado con toda su fuerza en nuestro país.

Quizá podríamos concluir que el movimiento feminista es ya imparable y que ha llegado el momento de que su desarrollo no deba seguir siendo representado por “olas” sino considerado un proceso consolidado, que tiene una continuidad entendida no como un sistema rígido sino, más bien, como una práctica de firmeza en la resistencia y de lucha permanente contra el patriarcado y cuyo sustrato es una articulación de teoría y práctica reivindicativa lograda después de tres siglos y siempre en evolución.

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1Para información más detallada sobre la historia del feminismo me remito a la obra Teoría feminista: de la ilustración a la globalización, Ana de Miguel y Celia Amorós, coord., Ed. Minerva, 2005.

2C. T. Mohanty, Feminism without Borders: Decolonizing Theory, Practicing Solidarity, Duke University Press Books, 2003.

3Z. Eisensten “Is W for women?”, en Kim Rygiel, ed., (En)Gendering the War on Terror: War Stories and Camouflaged Politics. La autora juega con la letra «w» y las palabras que comienzan con ella en inglés: se trata de «women», «war» y «world domination”. De la misma autora, Señuelos sexuales. Género, raza y guerra en la democracia imperial, Barcelona, Bellaterra, 2008.

4Para más información consultar mi libro Miradas feministas: del postcolonialismo a la globalización, Ed. Fundamentos, 2016.

5Veronica Schild “Feminismo y neoliberalismo en América Latina,” Nueva Sociedad, Sept-Oct de 2016.

6A. Valcárcel, Rebeldes: hacia la paridad, Ed. Plaza y Janés, 2000, pp.125-127.

7Posada, L., 22-10-2018, “El sujeto político feminista en la 4ª ola”, en eldiario.es.

8C. Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos, 2ª ed., 1991, p. 28.

9C. Amorós, obra citada, Barcelona, Anthropos, 1985, p. 178.

10C. Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad. Ed. Cátedra, 2000, p. 160.

11Kohan, M., (9-10-2018), “España suspende en la aplicación del Convenio de Estambul, a cuatro años de haberlo ratificado” en Público.

Categories: Monográfico 8M, Pensar

About Author

Asunción Oliva Portolés

Como catedrática de Filosofía de Bachillerato he dado clases en diferentes I.E.S. Soy también Doctora en Filosofía por la U.N.E.D. En la actualidad pertenezco al Consejo del Instituto de Investigaciones Feministas de la U.C.M. y doy clases en el curso “Historia de las Teorías Feministas” coordinado por Ana de Miguel en el Instituto de Investigaciones Feministas ya citado. He coordinado y editado junto a Teresa López Pardina Crítica feminista al psicoanálisis y a la filosofía, publicado por Ed. Complutense en 2003. He colaborado también en obras colectivas como Teoría feminista: de la Ilustración a la globalización, Minerva Ediciones, 2005. coordinado por C. Amorós y A. de Miguel, con un capítulo sobre “La teoría de las mujeres como clase social C. Delphy y L. Falcón” y otro titulado“Debates sobre el género”. También he participado con un capítulo en el libro Multiculturalismo y Feminismo, editado por C. Amorós y L. Posada en 2007 y que se titulaba “Hacia una genealogía del pensamiento crítico feminista en Egipto”. En 2009 apareció mi libro La pregunta por el sujeto en la teoría feminista: el debate filosófico actual, en Ed. Complutense. En 2010 publiqué La recuperación de una voz marginada: Doria Shafik, feminista egipcia, Huerga y Fierro, 2010. También participé en el libro Pensar con Celia Amorós, coordinado por M. López Fernández Cao y L. Posada en Ed. Fundamentos, 2010, con un artículo titulado "Sujetas o sujeta-das". He colaborado en el libro de F. Quesada (coord.) Mujeres y guerra: Cuerpos, territorios y anexiones, en Biblioteca Nueva (2015) con el capítulo “¿Transgresión de género?, tortura, vidas ab-yectas. Reflexiones feministas sobre las guerras del siglo XXI”. Contribuí con el artículo “Hacia una ontología social del cuerpo en Judith Butler: análisis y límites” al Vol. 6 de la Revista “Investigaciones Feministas”, Monográfico sobre “Cuerpo, filosofía y feminismo” en 2015. Mi último libro publicado ha sido Miradas feministas:del postcolonialismo a la globalización en la Editorial Fundamentos en 2017. He sido profesora del Curso para Agentes de Igualdad dirigido por la Doctora Beatriz Moncó y dependiente del Instituto de la Mujer y del Instituto de Investigaciones Feministas, durante los cursos 2007-2008 y 2009-2010. He participado como investigadora en el proyecto de I+D “Feminismo, Ilustración y multiculturalidad: "Procesos de Ilustración en el Islam y sus implicaciones para las mujeres”, cuya investigadora principal ha sido la Dra. Celia Amorós de la U.N.E.D, Presenté una comunicación en el grupo de dicho Proyecto sobre “Articulación de elementos ilustrados y anti-ilustrados en el movimiento de mujeres en Egipto de fines del siglo XIX y principios del XX” en Marzo de 2006. He participado también como investigadora en un Proyecto I+D titulado “Las mujeres como sujetos emergentes en la era de la globalización: nuevas modalidades de violencia y nuevas formas de ciudadanía”, dirigido por la Dra. Celia Amorós Puente, y que se desarrolló desde el año 2007 al 2010.

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