Cualquier interesado por la actualidad política en España habrá escuchado de forma frecuente en estos meses la palabra “nación”, de forma paralela y directamente proporcional al aumento de la tensión a cuenta del desafío independentista catalán. La “nación catalana” se ha convertido en un tópico a la altura de la “patria vasca” del otro gran nacionalismo circumpirenaico. Distribución complementaria esta que nos permite reflexionar acerca de las implicaciones políticas del lenguaje. Una nación es (o pretende ser) un concepto objetivo, indiscutible: todos somos nacionales de algún sitio, bien por la contingencia de nuestro lugar de nacimiento (ius soli), bien por la filiación con nuestros antepasados (ius sanguinis); patria, por el contrario, tiene implicaciones que remiten al terreo de los sentimientos y de la voluntad, elementos ambos que permiten, en cierta forma, su elección por parte del interesado. Dicho de otra forma: la nación genera nacionales, la patria exige patriotas. No es extraño, pues, que “nación” sea el término empleado por aquellos que quieren barnizar su proyecto político con la pátina de la objetividad y la razón; mientras que “patria” se relacionara con aquel otro (“Euskal Herria”) en cuyo nombre un grupo armado asesinaba, secuestraba y chantajeaba, es decir, actuaban como “patriotas”, y que, recientemente, ha entregado parte de su arsenal.
A la espera de la novela Nación que diseccione las miserias de la Cataluña actual, tenemos Patria, el último fenómeno literario en España, en la que su autor, Fernando Aramburu, hace lo propio con el País Vasco. Comienza la novela el día del anuncio del cese definitivo de la actividad armada (no fechada en el libro, como ningún otro de los acontecimientos, lo que implica que ha de ser el lector el que recuerde que ocurrió en octubre de 2011), día en el que Bittori, viuda de un asesinado por ETA, decide volver al pueblo donde ocurrió este asesinato, y se extiende durante algunos meses más. Sin embargo, esta línea temporal está trufada de regresiones para narrar episodios de las vidas de los miembros de las dos familias que protagonizan la novela, desde los últimos estertores del tardofranquismo hasta los años 2011-12, configurando así una visión de conjunto sobre la penetración de ETA en la sociedad vasca en la etapa democrática.
Patria se articula en capítulos breves (de hecho, se ha señalado que podrían funcionar como cuentos cortos), cada uno de ellos centrado en uno de los nueve miembros de una de las dos familias, enfrentadas desde el momento en el que ETA señala como víctima al Txato, empresario de transportes en un innominado pueblo de Guipúzcoa, a pesar de la profunda amistad de su mujer, Bittori, con Miren, cabeza de familia de la otra familia. En ningún momento se mencionan los apellidos de ninguna de estas dos familias, solo los nombres de pila. De el Txato, ni eso: únicamente el pseudónimo. Desde el comienzo de la novela se sabe el destino del Txato, asesinado frente a su cochera un día lluvioso, y la implicación en este asesinato de Joxe Mari, uno de los hijos de Miren, convertido en terrorista. La tensión que recorre el libro, pues, se halla en la incógnita acerca del grado de participación de Joxe Mari (¿fue él que el apretó el gatillo?) y de si Bittori conseguirá que este satisfaga la petición de perdón que le exige la viuda. Junto a ellos el narrador despliega la vida de Xabier y Nerea, hijos del Txato y Bittori, y de Joxian (marido de Miren), Arantxa y Gorka (los otros dos hijos de Joxian y Miren). La pericia narrativa de Aramburu evita que ninguno de estos personajes se convierta en un cliché o tópico. Enfermedades, problemas con el alcohol, homosexualidad, relaciones de pareja y materno/paterno filiales les dan una dimensión humana, aunque nunca perdemos de vista que el principal conflicto del libro es la imbricación de los personajes en una sociedad que exige de ellos una toma de postura frente al uso de la violencia con fines políticos. El narrador de Patria tiene claro cuál es el lado correcto (prueba de ello es la caracterización física de don Serapio, cura del pueblo y proselitista de “patria vasca”), pero no por ello cae en el maniqueísmo de obviar la psicología y las razones de todos y cada uno de los personajes (con Miren como representante de ese décimo personaje que podría ser el segmento abertzale de la sociedad vasca) ni de presentar como modélico la actuación de la Guardia Civil y el Gobierno español en su lucha contra ETA.
El espacio y el tiempo en el que Patria se desarrolla se mueven entre la indefinición y la concreción. Aparecen lugares concretos (frecuentemente, San Sebastián/Donostia, refugio de las víctimas pero también base operativa de los terroristas), pero en ningún momento se nombra el nombre del pueblo en el que tuvo lugar el asesinato del Txato, y del que todos los personajes son originarios. Como antes señalamos, es posible reconstruir la cronología de la novela, pero sin ninguna fecha, sino a partir de acontecimientos concretos, como asesinatos, atentados, muertes y detenciones. El efecto de esta falta de concreción es doble: por un lado, circunscribe el asesinato del Txato al terreno de la ficción, al no poder asimilarlo con ninguna víctima concreta (que aparecerán, bien nombrados, como Gregorio Ordóñez, bien directamente, como Manuel Zamarreño). Por otro, obliga al lector a reconstruir la historia de los personajes de Patria a partir de la cronología del “conflicto” vasco, en tanto que son los sucesos relacionados con este los que nos facilitan (obviamente, junto con los cambios en las circunstancias personales de los personajes: bodas, enfermedades, etc.) el ubicar temporalmente los capítulos de la novela.
Más allá del mundo de ficción que el narrador de Patria construye, es sumamente interesante el cómo lo hace. Indudablemente, la novela de Aramburu se inscribe en una línea realista de construcción del relato, con un narrador omnisciente en tercera persona (heterodiegético). Sin embargo, presenta abundantes transgresiones a este modelo, sumamente interesantes:
- Cambios bruscos de narrador, del heterodiegético al homodiegético: “Nadie, ni sus mejores amigos, sabía que había participado en un en un certamen literario. No era la primera vez. Si gano, estupendo; si no, ¿quién se entera? Y sí, se enteró todo el pueblo, ya que la tarde de la entrega del premio un periodista lo entrevistó, y la foto del joven escritor y sus declaraciones salieron al día siguiente en la página de cultura de El Diario Vasco”.
- Aparición de pares o tríos de opciones intercambiables, del tipo “indignó/inquietó”, “pueril/infortunada”. En ocasiones, aparece mezclado con el anterior: “En cuanto la oía llegar se ponía en guardia. A ver qué nos hace/rompe/estropea esta vez”.
- Uso de preguntas retóricas como forma de avance en la narración: “Xabier procuraba, con el debido disimulo, esquivarlo. ¿Y eso? Es que le molestó una cosa”; “Tomaron la dirección de Ibardin. ¿El tiempo? Nuboso, pero seco, con algunos claros por los que no tardaron en asomar las primeras estrellas”
En ocasiones, además, encontramos este uso de preguntas retóricas mezclado con el discurso homodiegético del personaje y con los fragmentos en el que el narrador utiliza el estilo indirecto libre para reproducir los pensamientos del personaje:
“Desde luego, qué poca categoría. Arantxa había llamado por teléfono. ¿A qué hora? A las once y pico. Se puso Miren. No la felicitó. Le dijo, seca, seria, que esto no se le hace a una madre. Y la madre no se interesó por los detalles, no se interesó por nada, se despidió, colgó y no quiso llorar. ¿Yo? Allá ella con su vida”
¿Por qué estas transgresiones del modelo clásico de narración? La respuesta más obvia es que el narrador de Patria quiere acercar el personaje al lector, y por eso los cambios de persona narrativa (facilitados por la focalización en un personaje en cada capítulo) y el recurso a las preguntas retóricas, que remedan un diálogo, una conversación distendida, entre el lector y el narrador/personaje. La indefinición, la duda, que transmiten pares o tríos de alternativas (y, en ocasiones, también las preguntas retóricas: “Lo miró como si no lo tuviera delante. ¿Con desdén? Más bien con indiferencia. Le respondió que no y siguió su camino”) se pueden relacionar con la incapacidad última del lenguaje para transmitir la realidad tal cual es, con el carácter artificial de cualquier relato, tanto el de las víctimas como el de los victimarios.
Sin ánimo de ser exhaustivos, no podemos dejar de mencionar otros recursos estilísticos, como la aparición de nombres parlantes (el más señero de los cuales es el de Bittori, cuya traducción al español sería Victoria) o la constante lluvia que cae sobre los personajes, metáfora o trasunto del ambiente abertzale que inunda la sociedad vasca (no parece, pues, inocente que la imagen de portada de la edición de Tusquets conste, precisamente, de una silueta de espaldas defendiéndose de la lluvia con un paraguas rojo, fotografía de Filiep Colpaert). El tema principal de la novela es la presión social frente a la libertad del individuo, sí, pero también las ‘intrahistorias’: los traumas como formas de impedir la felicidad (únicamente uno de los hijos de las dos familias alcanza algo parecido), y las relaciones de familia (solo uno de los 5 hijos de ambas familias tendrá descendencia).
Patria es, en definitiva, un magnífico ejemplo de literatura política (incluso se podría debatir hasta qué punto es ya literatura histórica), dada su clara intencionalidad: no imponer un relato de la historia (dadas las transgresiones que nos recuerdan el carácter ficticio de la obra), sino reforzar el sentimiento de empatía hacia un segmento determinado de la población, el de las víctimas de ETA, que merecía una historia así. Pero esta intencionalidad, desde luego, dificulta la valoración objetiva de la obra: hay a quien la sociedad que el narrador de Aramburu bosqueja no le parece sino una caricatura, una deformación que no se adecua a la realidad . Quien, con justicia, plantea esta crítica, olvida que la literatura tiene unos límites que hacen imposible reflejar todas y cada una de las posturas que se adoptaron frente al “conflicto” vasco. En Patria hay dos grandes actitudes, sí, pero dentro de ellas matices y evoluciones que rompen el monolitismo del maniqueísmo. Habrá que esperar a que las últimas brasas de este “conflicto”, a que el componente político de la novela sea desactivado, para poder valorar objetivamente su importancia literaria.
Leer más en HomoNoSapiens | Javier Cercas, elogio de la ceguera