ZURBARÁN – Una nueva mirada

 

«No parece sino que se han querido reducir estos reinos a una república de hombres encantados que vivan fuera del orden natural»

González de Cellorigo

 

¿Quiénes éramos o todavía somos en el siglo de Oro? ¿Dónde encajaba el retiro, la sobriedad, el ascetismo o la inocencia en esta república encantada que reúne por igual al soldado de aventura, al pícaro, a la dama piadosa y al clérigo y en la que nada es nunca lo que parece ser? ¿Cómo se conjugan la muerte, la bancarrota económica, la pérdida de poder en el mundo y la miseria social con el disfrute de los placeres mundanos, la cristiandad defendida a capa y espada y la soberbia como «religión nacional»? ¿Qué debemos comprender para situar en un mismo plano a un Gaspar de Guzmán llamando en Roma a sus criados a cañonazos frente a la prohibición del Papa de utilizar «campanilla de plata» o a un Don Íñigo López de Mendoza organizando banquetes en los que arrojaba al río platos y cubiertos de plata para asombro de los comensales que veían un derroche de vajilla sin saber que los criados, apostados en un recodo del río, iban recogiendo la cubertería para volverla a colocar en su sitio? ¿Cómo conviven estos hombres con el apartamiento del mundo de Fray Luis o con las iluminaciones de San Juan o Santa Teresa?

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Peras en cuenco de porcelana. 1645

 

El Barroco, desde su origen, reclama la necesidad de una nueva mirada. En un mundo en donde todo se presenta descentrado y con exceso, surge la necesidad de un nuevo espectador capaz de aceptar el reto que se le propone detrás de cada obra: dejarse sorprender, agitarse en las emociones, asumir los contrastes más extremos, la fealdad, el horror, convivir con pícaros y mendigos, con santos y mártires palidecidos y torturados, con la sangre vengada en el honor calderoniano que se derrama sin contención en corralas y palacios, con las amancebadas y sus hijos naturales, con damas de extremada belleza y virtud, caballeros modélicos, con paisajes bucólicos o mesetarios, con paraísos prometidos, con la luz y con las tinieblas, con Amadís, el Buscón y sobre todo con Don Alonso Quijano, el caballero de la triste figura . Frente al bullicio de la cazuela donde se apretaban las mujeres para ver lo último de Lope o Calderón, el silencio monástico del encuentro con Dios como única solución final si descontamos América, la tierra prometida, el final de un mar inmenso, la gran aventura. Si asomarse a cualquier época supone la necesidad de un enfoque más abierto, asomarse al Barroco requiere casi una revolución a la hora de asumir y entender la inmensa producción que en cantidad y calidad dio este siglo al mundo. El siglo XVII defendía la agudeza de ingenio como una virtud fundamental, buscaba hombres capaces de aceptar los retos de la inteligencia y disfrutar ante las dificultades de la razón. El laberinto, que es una de las formas preferidas de esta época, siempre tiene una salida por artificiosa, compleja e imposible que parezca y de esa salida surge la verdadera originalidad.

En este periodo que nos toca vivir en el que lo original es muchas veces sólo el fruto de la ignorancia o del ocultamiento de las fuentes, en el que el ingenio está muy cerca de ser un defecto muy poco tolerable y en el que la realidad y la virtualidad están llenas de lugares comunes y tópicos mediocres que casi nunca nos invitan a nada más que a perder nuestro tiempo, una mirada tranquila y sosegada, activa y sin prejuicios es casi una necesidad vital.

Francisco de Zurbarán Spanish, 1598–1664 Saint Serapion, 1628 Oil on canvas; 47 5/16 x 40 15/16 in. Wadsworth Atheneum Museum of Art The Ella Gallup Sumner and Mary Catlin Sumner Collection Fund, 1951.40

San Serapio. 168.Francisco de Zurbarán
1598–1664.

Zurbarán con sus bodegones, sus Vírgenes, sus Santos casi humanos, sus niños, sus personajes de época, su perspectiva desaliñada, su paleta sorprendente de colores, sus animales, sus escenas tomadas de grabadores e ilustradores italianos en esta época en la que para casi todos los españoles es Italia el gran referente cultural y artístico «España, mi natura, Italia, mi ventura y Flandes, mi sepultura» y sobre todo sus silencios para un tiempo en el que el arte de vivir se fue convirtiendo poco a poco en el arte del bien morir y es ahí donde entra en juego la necesidad de una pintura religiosa que recoja el alma y la enfrente con uno mismo y con Dios. Zurbarán nos ofrece la oportunidad de entrar en un momento de nuestra historia en el que la decadencia se transformó por virtud del arte en un periodo único que necesitamos recuperar para entender nuestra raíz cultural.

Mirar en silencio, aprender a mirar.

 

También en homonosapiens | VOGUE Like a Painting… Detenerse y Mirar

Fuente | Exposición Museo Thyssen

 

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About Author

Gabriel Gil García

Licenciado en Filología Hispánica UCM y Doctorado en Literatura Hispanoamericana. Profesor Colaborador en la Facultad de Ciencias de la Información en las áreas de literatura hispanoamericana y en el área de literatura española de los ss. XI a XVII. Director y fundador de la Librería Universitaria Felipe II Libros de la U.C.M. En el CES Felipe II de Aranjuez Director y fundador de la Editorial Mezzadri- Gil S.L para la edición de libros universitarios.

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