Tecnociencias e innovaciones: desafíos filosóficos (II)

Tecnociencias e innovaciones: desafíos filosóficos (II)

Imagen| Iñaki Bellver

Las tecnopersonas: un primer esbozo

La actual construcción de tecnopersonas se lleva a cabo por dos vías distintas: 1) implementando tecnológicamente a las personas previamente existentes y 2) dotando a las máquinas y a los robots de capacidades similares a las de los seres humanos, y mejorando esas capacidades. La segunda vía es la de la inteligencia artificial, de la que no voy a ocuparme aquí.

La conversión de las personas en tecnopersonas tiene su punto partida en las prótesis y artefactos que mejoran las capacidades perceptivas, informacionales, comunicativas y, en un futuro próximo, cognitivas en general (programas BRAIN y HUMAN BRAIN). Las tecnologías industriales mejoraron enormemente la movilidad de los seres humanos al producir bicicletas, motos, automóviles, ferrocarriles, barcos y aviones que han sido usados masivamente en la época industrial y que seguirán siendo utilizados, si bien estarán cada vez más controlados mediante tecnologías TIC (Internet de las cosas). Todo ello generó notables paisajes tecnológicos, típicos de la sociedad industrial: aeropuertos, estaciones de tren, puertos marítimos, ciudades, metrópolis, periferias urbanas, etc.). Pues bien el sistema TIC está generando sus propios paisajes digitales (tecnopaisajes) a través de las múltiples pantallas que han proliferado en nuestras vidas durante las últimas décadas. Esta es la idea que subyace a mi propuesta de Telépolis. Las TICs aportan un sistema tecnológico muy distinto al de la industria manufacturera. También se superponen a los seres humanos, pero dan lugar a otro tipo de tecno-paisajes: páginas web, muros en Facebook, videojuegos, simulaciones, códigos y tarjetas digitales, etc.

Las TIC no implementan las capacidades de movimiento físico, sino las capacidades mentales de acción e interrelación, en particular las capacidades expresivas, comunicativas y mnemónicas. Surgen así nuevas máscaras personales, que sirven como imagen de las tecnopersonas. Dichas tecno-máscaras incluyen el nuevo sistema de nombres propios que dan nombre a los objetos y a los sujetos en el tercer entorno, y que en realidad son números propios. Etimológicamente, el término ‘persona’ significa máscara. Las imágenes en televisión o en You Tube, los avatares y las fotografías en Flickr, Instagram o Facebook, el dinero electrónico y los videojuegos son ejemplos concretos de esas tecno-máscaras, las cuales se superponen a las personas y aportan un tercer tipo de identidad, que se superpone a la identidad física y ciudadana.

Para interpretar esta gran transformación, posibilitada por las TICs, mantengo la hipótesis del tercer entorno: el sistema tecnológico TIC ha posibilitado la emergencia de un nuevo espacio-tiempo social, el tercer entorno, el cual se ha superpuesto a los dos grandes entornos en los que han vivido históricamente los seres humanos, la physis y la pólis. De acuerdo con esa hipótesis, los macrocosmos y los mesocosmos humanos tienen en el siglo XXI tres grandes dimensiones: 1) la biosfera; 2) las ciudades (y Estados); 3) el mundo digital y electrónico. Las culturas, técnicas y tecnologías humanas se han desarrollado tradicionalmente en el primer y segundo entorno. Las tecnociencias contemporáneas han posibilitado la aparición, consolidación y expansión del tercer entorno, la cual tiene múltiples consecuencias, entre ellas la aparición de tecnopersonas y tecnolenguas. Simplificando mucho, y con finalidades analíticas, afirmo que en el primer entorno hay personas físicas (cuerpos), en el segundo personas jurídicas (ciudadanos) y en el tercero tecnopersonas. Pues bien, en el primer entorno las personas se comunican entre sí mediante el habla, en el segundo mediante la escritura y en el tercero por medio de las tecnolenguajes, los cuales son posibles gracias al lenguaje-máquina de los ordenadores (digitalización) y a los ulteriores lenguajes de programación y procesamiento de textos, imágenes y datos. Por su parte, la memoria del tercer entorno la forman las grandes bases de datos (Big Data) y los repositorios digitales, mientras que en el primer entorno se acumula en el cerebro y en el segundo en los libros, archivos y bibliotecas. Podría aducir más diferencias estructurales entre los tres entornos, pero el esbozo anterior puede bastar para tener una primera aproximación al tecnomundo donde piensan, se comunican y sienten las tecnopersonas.

Éstas pueden ser organizaciones, no sólo individuos. Así como los Estados asignan a las personas físicas una identidad jurídica que uno debe tener en mente (nombre, apellidos, fecha de nacimiento, lugar de residencia, número de pasaporte, nacionalidad, etc.), así también las tecnologías de la información y comunicación atribuyen signos de identificación a cada tecnopersona (URL para los ordenadores, dirección de correo electrónico o nombre de usuario en las redes sociales, número de las tarjetas de crédito y débito, claves secretas, etc.). Esos signos de identidad tecnológica, cuyo formato y estructura varían según los proveedores de servicios telemáticos, son indispensables para devenir tecnopersona en el tercer entorno. Lo importante es que la nueva modalidad de identidad es muy distinta a la identidad física y a la identidad social y ciudadana, aunque se superpone a ellas. Las tecnopersonas no son: fluyen, devienen. Una vez admitidas en una red social o en Internet, las tecnopersonas pueden construirse su tecno-casa en el mundo digital (web propia, espacio en Second Life, muro en Facebook, etc.), que luego decoran a su gusto, si bien adecuándose estrictamente al formato de la aplicación informática correspondiente, que les viene impuesta en cuanto firman “Acepto”. A partir de ese acto de sumisión a los Señores del Aire, las tecnopersonas pueden hacer muchas cosas en el dominio digital donde se hayan instalado, sin perjuicio de que sigan siendo personas en su correspondiente ciudad o país. Tampoco dejan de ser personas físicas que respiran, comen y se reproducen, en tanto cuerpos de carne y hueso. Por supuesto, las tecnopersonas siguen existiendo una vez que la persona física ha fallecido.

Así es la triple dimensión del mundo contemporáneo (física, urbana y digital), aunque conviene dejar claro que se trata de una distinción analítica y que la separación entre estas tres dimensiones no es tajante y admite mixturas, hibridaciones y gradaciones diversas. El tercer entorno se superpone a los otros dos, de manera similar a como las ciudades se superponen a los campos y a los territorios, posibilitando nuevas formas de organización y desarrollo de la vida social.

Paso ahora a comentar brevemente algunas diferencias entre las personas y las tecnopersonas. Hoy en día hay muchas más tecnopersonas que personas, debido a que una misma persona puede crear varias máscaras tecnológicas de sí misma. El crecimiento “demográfico” en el tercer entorno está siendo exponencial en las últimas décadas. Por supuesto, las tecnopersonas se suelen agrupar, generando tecnocomunidades, mayores o menores. En conjunto cabe hablar de tecnogrupos e incluso de tecnosociedades, valiendo como ejemplo de estas algunas de las actuales redes sociales. Por tanto, la primera diferencia entre personas y tecnopersonas radica en la pluralidad, en tanto un mismo sujeto deviene varias tecnopersonas. Cada persona (física o jurídica) suele dar soporte a varias tecnopersonas, no a una sola. Eso vale también para los tecno-objetos, los cuales suelen tener múltiples ubicaciones en las redes telemáticas, aunque posean un único DOI (digital object identifier).

La segunda diferencia es de índole ontológica: lo importante no es lo que son las tecnopersonas, sino su devenir, y más concretamente lo que hacen, lo cual se plasma digitalmente en forma de datos. Las tecnopersonas se caracterizan por las relaciones e interacciones que mantienen en el tercer entorno, la mayor parte de las cuales dejan rastro en los super-ordenadores de “La Nube”. He de dejar claro que no sólo me estoy refiriendo a Internet. Las tarjetas de crédito y débito y los cajeros automáticos dan acceso a la “Nube” financiera. A través de esas vías de acceso al tercer entorno las personas físico-jurídicas gestionan una parte cada vez mayor de sus bienes económicos. Los capitales migraron al tercer entorno hace bastantes años, lo mismo que los ahorros y los fondos de inversión. En suma: el tercer entorno no se reduce a Internet, sino que incluye otras muchas redes TIC incluidas las Intranets y las grandes bases de datos (Big Data), las cuales requieren autorizaciones y claves de identificación adicionales. La mayoría de los ámbitos del mundo digital no son abiertos, contrariamente a lo que suele pensarse. Hay claves y dominios digitales privados por doquier.

Por mi parte pienso que la actual estructura tecno-política y tecno-económica del tercer entorno está basada en la existencia de feudos informacionales (tecno-feudos), los cuales no son territoriales, sino reticulares y tecnológicos. Google, Apple, Facebook, Twitter, Microsoft, Amazon, etc., son tecnopersonas que dan nombre a dichos tecno-dominios empresariales. También hay tecnodominios militares, financieros y policiales que no son accesibles al común de las tecnopersonas, sin perjuicio de que allí haya datos de tutti quanti. Pese a su gran relevancia, aquí no voy a ocuparme de la emergencia de esta nueva modalidad de poder en el tercer entorno, a la que conviene denominar tecno-poder, para distinguirla del poder político de los Estados en el segundo entorno o de la fuerza físico-química, energética y corporal en el primer entorno. Me limitaré a decir que la identidad de las tecnopersonas no depende de los Estados (su identidad como personas jurídicas sí). Tampoco depende de los Estados buena parte de las regulaciones que imperan en los feudos digitales. Cuando una persona jurídica (individual o colectiva) suscribe algún servicio en “la Nube” y pincha en la casilla “Acepto”, deviene tecnopersona en ese dominio concreto y tiene que atenerse a las normas que ha establecido el propietario del mismo. Por cierto: de inmediato se convierte en súbdito del tecno-feudo correspondiente, puesto que esas normas son obligatorias, aunque ningún Parlamento las haya votado. El tercer entorno está muy masificado, pero de ninguna manera es democrático. Aporta desafíos conceptuales importantes a la filosofía política.

Una tercera diferencia tiene que ver con la conciencia y la autonomía. En general, las tecnopersonas no tienen conciencias de sí mismas, ni tampoco son autónomas. Pueden ser manejadas por otros agentes, a distancia, telemáticamente. No sólo me refiero a la suplantación de la identidad, como ocurre con los ordenadores zombies o cuando alguien retoca fotografías, imágenes y textos que otro había subido a la red, sino ante todo a la posibilidad que tiene cualquier administrador de red de manejar nuestros trebejos tecnológicos desde su puesto de control, y en último término desde “la Nube”. Esta es otra de las claves del tecno-poder contemporáneo e implica un cambio estructural de primer orden en las relaciones humanas. La ciber-manipulación ajena de las tecnopersonas siempre es posible, precisamente porque las correspondientes personas se han convertido en tecnopersonas. Éstas no tienen conciencia de lo que son: en primera instancia son una masa de datos que son gestionadas por ordenadores, no por seres humanos. En segunda instancia son un aglomerado de relaciones e interacciones con otras tecnopersonas, tanto individuales como colectivas y organizaciones. Una tecnopersona jamás tiene autoconciencia de los datos que la componen, y ni siquiera apercepción de ellos. Su autopercepción es muy confusa y parcial.

Hasta ahora me he referido ante todo a personas individuales, pero lo dicho vale también para las tecno-personas jurídicas colectivas. Cuando una organización cualquiera decide convertirse en tecno-persona, tiene que pasar por las mediaciones tecnológicas básicas que conforman al nuevo espacio social. Suele pensarse únicamente en el hardware y en el software, pero hay otras muchas mediaciones a tener en cuenta, en particular las tecnologías sociales y semióticas que intervienen en las redes, que son muchas. Lo que socialmente se puede hacer o no en una red telemática está previamente establecido por los propietarios, gestores y administradores de dichas redes. Esas normas no las ponen los Estados, sino los propietarios y diseñadores de las redes telemáticas, a los cuales los denomino Señores del Aire o Señores de las Redes (Echeverría 1999), para compararlos con los señores feudales del medievo europeo. Hoy en día podrían ser llamados Señores de las Nubes. Lo importante es que la estructura de poder en el mundo digital es neofeudal. El control que los administradores de las redes tienen de las acciones de sus usuarios y su capacidad para expulsarlos de sus dominios sin juicio previo es la fuente principal de dicho tecno-poder neofeudal, el cual no sólo es tecnológico, sino ante todo tecno-social y tecno-político.

Mencionaré una cuarta especificidad de las tecnopersonas y del techno-lógos que las constituye. La tecnoescritura aporta un lógos con capacidad performativa, puesto que los lenguajes de programación generan acciones. El techno-lógos implica hacer, aunque también atañe al ser, al generar tecno-objetos múltiples. Ese hacer tecnológico transforma lo que hay, pero dicho cambio se lleva a cabo en base a conocimiento científico. Por tanto, sus productos resultantes no sólo son novedosos, sino que son fenómenos bien fundados, por decirlo en términos leibnicianos. Eso mismo ocurre con las tecnopersonas, las cuales son puramente fenoménicas, además de ubicuas.

Quinta especificidad de los tecnomundos digitales: tienen lugar a diversas escalas. Las tecnociencias TIC han transformado el mundo a escala macro-, meso- y microcósmica, siendo las tecnopersonas un ejemplo de esta última modalidad. Además, a principios del siglo XXI ha surgido una transformación tecnocientífica todavía más importante, gracias a las nanotecnociencias, cuya influencia en la physis será tremenda en las próximas décadas. Quede esta cuestión para otro momento.

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Javier Echeverría Ezponda

La talla intelectual y personal del profesor e investigador Javier Echeverría Ezponda (Fundación Vasca de Ciencia, Universidad del País Vasco) es difícil de resumir en breves líneas. Señalaremos algunos aspectos destacables. Sus intereses actuales en el campo de la Ética y la Filosofía de la Ciencia y la Tecnología giran en torno a la sociedad de la información y el conocimiento, y los estudios sobre innovación. Acumula 35 años de experiencia investigadora en Centros de EEUU, Francia, Alemania y Bélgica. Ha sido Premio Euskadi de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales en 1997, Premio Anagrama de Ensayo en 1995, y Premio Nacional de Ensayo 2000. Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense y Doctor en Ciencias y Humanidades por la Universidad de París (La Sorbona). Además ha sido profesor investigador del Instituto de Filosofía del CSIC. Es un prolífico ensayista, algunas de cuyas obras han sido muy leídas y muy tenidas en cuenta por su profundidad y calidad innovadora, clarificadora y sistematizadora, no exentas en ocasiones de un necesario carácter provocador. Citamos, como ejemplos: Telépolis (1994), Los señores del aire (2000), Ciencia y Valores (2002), o la más más reciente, El arte de innovar. Naturalezas, lenguajes, sociedades (2017), muy conectada con el presente artículo que inaugura esta serie de tres

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