Monográfico Asimov: la física de las tensiones sociales en Némesis

Imagen | Pol Güell
Las inquietudes e intereses del escritor Isaac Asimov (1920-1992) se despliegan a lo largo del casi infinito número de las páginas de sus muchos títulos publicados. Estos libros recorren temas, mundos y tiempos muy variados; desarrollan fantasías e hipótesis, que divulgan con imaginación o dan forma de historia a las explicaciones acerca de la estructura de nuestra realidad. Este es uno de los privilegios del autor de ciencia-ficción: saltar de lo existente a lo únicamente posible, fabular con las manifestaciones del ingenio humano; aunque sea únicamente para mostrar que ninguna de ellas logrará que el dueño de ese ingenio escape a lo que más teme, es decir, su propio carácter falible y mortal.
Este artículo pretende ser un comentario acerca de uno de los temas que nunca deja de tener su lugar en la obra del autor de origen ruso: la formación de las estructuras sociales de convivencia. En sus relatos, sagas narrativas y novelas individuales Asimov se muestra como un interesado y, con frecuencia, también agudo observador de los procedimientos por los que las comunidades humanas intentan organizarse, las luchas que se derivan de ello y los variables resultados que arrojan esas teorías y esos combates. Desigualdades, privilegios e injusticias hacen pronto su aparición donde, hasta un momento antes, se pronunciaban palabras como “progreso”, “universal” o “nuevos horizontes”. La arrolladora iniciativa de algunos esconde intenciones casi dictatoriales; las voces disidentes, más variadas y, a veces, también más racionales, son vistas como peligrosas para un poder que no quiere admitir discusiones. Reflejo directo de la realidad antes que alegoría, en las tramas y personajes de Asimov encontramos con frecuencia un comentario acerca de los pequeños horrores y los breves momentos de calidez que proporciona a las personas la necesidad y la vocación de su cercanía. El instinto de unir fuerzas para componer sociedades nos permite sobrevivir y, a veces, incluso avanzar; pero es, también, una invariable fuente de conflictos.
Consideremos, a modo de ejemplo, la novela Némesis (Némesis, Bantam Books, 1989), en cuyo argumento podemos encontrar numerosos indicios del interés del autor por el tema del que hablamos. Una breve sinopsis: es el año 2236; la Tierra está superpoblada y, como una reacción de los países más poderosos económicamente, han surgido colonias espaciales llamadas “establecimientos”. Para decirlo en pocas palabras, un establecimiento es un planeta artificial en miniatura, de tan solo unos pocos kilómetros de diámetro, al que un grupo de voluntarios se traslada para vivir definitivamente. En la acción de la novela hay gravitando alrededor de nuestro planeta una multitud de estos establecimientos, donde viven y trabajan miles de personas.
A continuación, y para entender la esencia de esta historia, hay que señalar dos aspectos. En primer lugar, uno interesante: cada establecimiento ha desarrollado, al decir de sus propios habitantes, una cultura y sentir propios. Una identidad. No se nos explica, en un primer momento, en qué consiste esa identidad, pero se hace referencia a ella en varias ocasiones como un factor que fundamenta y justifica la posición política de las colonias con respecto a la tierra, que es de total separación. En segundo lugar hay que remarcar que los establecimientos no son, en manera alguna, una auténtica solución al problema de la superpoblación terráquea. En la práctica, su creación y funcionamiento suponen, más bien, una muestra de total indiferencia por las dificultades y el sufrimiento que ese problema pueda acarrear a los habitantes del viejo mundo. Los pobladores de las colonias son pocos y viven en un espacio algo reducido, pero también con comodidad, sin tener que soportar cambios climáticos bruscos ni otras circunstancias ocasionales que puedan destrozar, como sí ocurre en la Tierra, edificaciones y cultivos. Los establecimientos han reducido a su mínimo todos los factores impredecibles de la existencia, y sus habitantes se consideran emancipados respecto a la Tierra, a la que ven como un lugar decadente e insalubre. Comparten rumores acerca de su peligroso ambiente y su inestabilidad, acerca del hambre universal y la ineficacia de sus instituciones; comentarios distantes y siempre negativos que logran el efecto general de mantener un desapego creciente hacia los problemas del hogar original. Efecto que resulta fortalecido con la segunda generación de colonos, nacidos ya en el territorio de los establecimientos y sin contacto alguno con el planeta.
La identidad de los establecimientos se ha construido, así pues, por oposición. Es el rechazo al modelo de referencia lo que ha marcado la dirección de los esfuerzos necesarios para imaginar y edificar una sociedad, muchas sociedades, tantas como colonias. Pero estos proyectos adolecen de un terrible punto débil, que es el mismo que los artífices consideraban su mayor fortaleza: con todo por hacer, las colonias partían de una supuesta “hoja en blanco” que les permitía dibujar un futuro maravilloso y prometedor, lleno de estabilidad y concordia. Sin embargo, la insolidaridad con los problemas de la Tierra hace que la base del “nuevo comienzo” sea inestable, falsa. Aunque dueños de unas circunstancias favorables, y con la posibilidad de ofrecer soluciones a dificultades generales, las organizaciones de colonos prefieren mantener la comodidad de sus propias condiciones. Su situación es “nueva” únicamente porque han dejado atrás las carencias y los desastres del mundo de origen, de lo “viejo”. Muy al estilo de las políticas más agresivas de los países económicamente poderosos, la opción de los privilegiados nunca ha sido ayudar a quienes no lo son, sino procurar que se mantengan a cierta distancia.
En este mismo sentido, un detalle se destaca en algunos diálogos de la novela, y es que la Tierra ha entrado en una fase de supuesta superación de las diferencias raciales. Unidas en la intención común de sobrevivir, las personas ya no consienten ser designadas por su raza, ni puede este factor, al menos en teoría, determinar su mayor o menor rango social o condicionar el acceso a las oportunidades. En las colonias, en cambio, el criterio de agrupación de las diferentes sociedades es, precisamente, racial: personas blancas con las blancas, asiáticas con asiáticas, negras con negras. Una falta de inhibiciones y de límites legales lleva, en el contexto de la historia de Némesis, a la recuperación de los viejos hábitos de discriminación y construcción de altas paredes, muros que separan en lugar de pasillos que unen.
En este panorama general, la novela nos presenta a una serie de personajes que parecen ser la encarnación de las diversas actitudes que es posible adoptar en una situación como la descrita. Ya se muestren insolidarios y arrolladores, simplemente neutrales o pasivos, vengativos o empáticos, los actores y actrices del drama se desplazan por el escenario llevados de altos ideales o de impulsos íntimos. Lo personal y lo comunitario se mezclan para formar un líquido inestable, volátil, explosivo. El equilibrio entre unos y otros factores, si es posible, será muy complicado y pasará por continuas luchas de intenciones y fuerzas. El líder Janus Pitt, la sabia Insignia, su sensitiva y peligrosa hija Marlene y una sucesión de otros muchos caracteres se dibujan a lo largo de las páginas de esta historia en la que se produce ante nuestros ojos el antiguo, el siempre renovado juego de las fuerzas contrarias. Una brutal paradoja se ofrece a los lectores para ilustrar ese choque: la huida del establecimiento Rotor enciende las ganas de venganza del gobierno de la Tierra; y es este impulso el que genera, en muy poco tiempo, las iniciativas necesarias para un impresionante avance científico: los viajes a velocidad superior a la de la luz. Sin traición de la colonia no habría existido el descubrimiento que permitirá a la población de la Tierra viajar por el espacio, establecerse en nuevos y alejados territorios: su salvación. De la lucha de aquellas fuerzas contrarias que antes mencionábamos surgen, por tanto, nuevos órdenes, realidades destinadas a durar lo que permita el incesante instinto de la naturaleza humana por debatirse y romper lo existente. Si ese instinto logrará que una sociedad alcance nuevos logros o provocará, en cambio, que caiga en viejos errores dependerá de los factores presentes en cada caso.
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