Imagen | Rebeca Madrid
Que los aniversarios se han instrumentalizado al servicio de las industrias creativas no es una novedad. Conmemoraciones del nacimiento, muerte u obra concreta han sido el empuje para la creación de programas extensivos de actividades en torno a ellos. También de un tiempo a esta parte ha trascendido al ámbito institucional y ha permitido que diferentes organismos configuren su propia historia.
Este 2019, el Museo Nacional del Prado ha celebrado su bicentenario. Se cumplen doscientos años desde que el 19 de noviembre de 1819 abriera al público con 311 obras de autores españoles de la Colección Real y, en particular, se aplaude que una colección privada concebida para el deleite de unos pocos se haya constituido como la principal institución cultural de España. Esto se ha plasmado en un amplio programa de actividades e iniciativas que atañen a todos los ámbitos del museo y que en 2018 se presupuestó en doce millones de euros. Desde el Patronato se acordó que se harían cargo de estos gastos a cambio de que la administración financiara los cuarenta millones de euros necesarios para realizar las obras del Salón de Reinos, que integra el Campus Prado.
Sin embargo, el inicio de esta efeméride cultural no ha estado exenta de polémica. Tras la moción de censura en 2018, existían expectativas de que la inversión en cultura incrementara respecto de las medidas austeras de la Administración precedente. Sin embargo, el Gobierno entrante tuvo que atenerse a los presupuestos heredados de la Administración saliente, en los que la cantidad de dinero destinado a tal evento era cero. Los medios no tardaron en hacerse eco de manera alarmante: “Cultura abandona al Prado en su bicentenario: ni un euro para celebrarlo”. Titulares sensacionalistas que trataron de ser apagados por el Ministro de Cultura José Guirao al informar de la puesta a disposición de la red de teatros y auditorios nacionales y fondos documentales que sirvieran de escenario de las celebraciones a fin de cumplir con su vocación de acercar el museo a los ciudadanos. De esta manera, con casi el total de la responsabilidad financiera en sus manos (80% de los presupuestos del museo y 20% de donaciones de particulares), el Museo Nacional del Prado ha hecho gala de su capacidad de autofinanciación, camino que comenzó en 2003 al cambiar su régimen jurídico y estatutario.
No solo la gestión interna de esta institución ha salido airosa. También su elemento externo más visible, la propia arquitectura del museo. Con anterioridad al inicio de las actividades del bicentenario, el Instituto de Patrimonio Cultural de España había emitido un informe que alertaba a la pinacoteca de la necesidad de intervenir en la fachada de Velázquez y en los marcos de las ventanas del total del edificio, cuyo granito amenazaba desprendimiento. Para evitar que el icono del aniversario pasase a la historia recubierto de andamios, el museo encontró la solución en el proyecto Vestir el Prado, en colaboración con el Corte Inglés. Las fachadas del edificio de Villanueva se recubrieron con grandes lonas financiadas por la empresa en las que se reprodujeron once detalles textiles de nueve obras señeras de los fondos del museo. Lo que podía haber sido un hándicap para la imagen de la institución se convirtió, de esta manera, en un marco excepcional para otras actividades con las que el museo ha salido a la calle como centro de artes vivas. Es el caso del espectáculo Prados de danza que la compañía Aracaladanza desarrolló durante la primavera ante la fachada de Velázquez. No obstante, el aniversario cierra sus actos con el aprovechamiento de la fachada de Goya, en el que ha proyectado durante los días centrales de diciembre un videomapping de Daniel Canogar, titulado Amalgama El Prado. En él aparecen setenta obras de las colecciones del museo acompañadas de la composición musical creada por Olivier Arson, premiado con un Goya en este mismo año por la banda sonora de la película El Reino.
En cuanto a las actividades que corresponden propiamente a las funciones convencionales del museo, tratar de abarcarlas todas en este texto supone un reto porque el programa ha sido amplio, variado, rico, coherente e innovador. Cabe referenciar que no todas las iniciativas se han desarrollado en el 2019. Por ejemplo, la exposición conmemorativa Museo del Prado 1819-2019. Un lugar de memoria se inauguró en el día que cumplía 199 años con un recorrido cronológico por el devenir del museo y la configuración de la conciencia patrimonial española. En definitiva, piezas que manifiestan el diálogo de la institución con su público, el reflejo de los acontecimientos históricos y sociales, los criterios seguidos para enriquecer sus colecciones, la influencia de las mismas en artistas de los siglos XX y XXI, etc. A todo ello se sumó, como una suerte de ejercicio vivo de la historia de la institución, la exposición de la primera pieza adquirida por campaña de micromecenazgo. Retrato de niña con paloma de Simon Vouet ha pasado a formar parte de los fondos del museo gracias a los 200 000 € conseguidos por crowfunding. Esta cooperación colectiva se hizo viral en redes mediante el hashtag #Súmatealprado, que hacía partícipe al donante de su implicación en el enriquecimiento de las colecciones.
En ese sentido, el desplazamiento del sujeto cultural se ha hecho evidente con otras iniciativas que cuentan con las herramientas del siglo XXI. Siguiendo la expresión popular “Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma”, el Museo del Prado ha implementado sus tareas de difusión y ha convertido en protagonista a los ciudadanos con iniciativas como Cartela abierta. Se trata de un concurso en el que podían elaborarse nuevas cartelas para acompañar las obras Los fusilamientos de Goya, Juana la Loca de Pradilla, Retrato de la reina Ana de Austria de Sofonisba Anguissola, El Descendimiento de Van der Weyden o Autorretrato de Durero. El resultado puede verse aquí . Este marchamo del museo de crear vínculo y sentimiento de pertenencia también llegó a las redes sociales a través de los emojis. Al utilizar en Twitter el hashtag #Prado200 aparecía a continuación un pequeño icono que reproduce la emblemática mano en el pecho que El Greco pintara en su conocido caballero.
Esta forma de unir la accesibilidad de la cultura y la búsqueda de visitantes potenciales ha encontrado otras fórmulas, por ejemplo, la línea del tiempo virtual en la que se puede visualizar la ubicación cronológica de las obras del museo, el proyecto El Prado efímero, que recopila materiales efímeros como entradas, folletos, guías, postales, banderines, carteles, invitaciones, etc. que documentan la historia de la vida de esta institución. De esta manera, además, el museo pone a disposición de investigadores, curiosos y público 3.0 materiales y recursos para la investigación, la docencia o el ocio.
Estas variadas iniciativas muestran un museo vivo, activo, adaptado a los tiempos, accesible e integrador. ¿Qué más se esperaba de esta institución en pleno siglo XXI? Efectivamente, renovar el ejercicio historiográfico del arte. Combinando exposiciones temporales más clásicas como la dedicada a Fra Angelico a propósito de la restauración de La Anunciación, otras más rompedoras como Miradas afines han propuesto la ruptura del concepto de escuelas pictóricas geográficas ya que, en diferentes latitudes, pero en mismas horquillas temporales se llevaban a cabo propuestas similares. En ese sentido, es esencial comprender que el mercado del arte, así como los instrumentos de aprendizaje circularon por Occidente con más o menos restricciones, como trata de explicar la exposición El maestro de papel. Cartillas para aprender a dibujar de los siglos XVII al XIX.
Al hilo del dibujo, culmina el año del bicentenario la figura más representativa de la identidad española en el arte, Goya. La exposición de sus dibujos configurada a modo de gran catálogo razonado sirve de excusa a la institución para plantear la vigencia de las críticas que este pintor de referencia plasmó en décadas cercanas a la apertura del museo. Doscientos años después ambos siguen vivos y queda plasmado en la aportación de El Roto.
Finalmente, cabe reseñar el diseño de propuestas inclusivas como es el caso de la exposición Historia de dos pintoras: Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana. La muestra de estas dos mujeres artistas supone el reconocimiento de su obra y la validez de su profesión que la Historia del Arte clásica había enmudecido. El bicentenario ha servido de trampolín para rescatar a estas figuras, con un discurso más próximo a la historia de las mujeres que a la perspectiva de género. No obstante, la crítica ha aplaudido la iniciativa y se espera que, en adelante, en su camino por representar todas las realidades sociales, continúen con nuevos proyectos.
Como errar es humano y detrás de estas grandes instituciones está el trabajo de cientos de personas, en pleno bicentenario se cometió el descuido de no presentar a tiempo la licitación del servicio educativo para colegios y particulares, cuyo contrato anterior cumplía el año de prórroga. Por ahora, el servicio ha sido remplazado por audiovisuales, pero la situación evidencia la importante labor que realizan los mediadores culturales.
Dejando cosas en el tintero por la inabarcable magnitud del programa del bicentenario, resta mirar desde fuera qué es lo que se ha contado en las pantallas de estos doscientos años de existencia. Varios documentales han divulgado desde diferentes perspectivas y para públicos sesgados la vida del museo y las particularidades de sus obras y comitentes. La 2 de TVE emitió en noviembre la serie 200 , con cuatro capítulos conducidos por Ramón Gener, destinados a un público infantil o joven con un fuerte carácter didáctico. Más concreto, especializado y para público adulto es Prado Abierto, el documental que La Sexta emitió el 19 de noviembre, coincidiendo con la apertura de puertas hace doscientos años, para mostrar y reconocer todos los trabajos vinculados al correcto desarrollo de las funciones del museo. Sin embargo, el documental Pintores y reyes del Prado, de la italiana Varelia Parisi, personalmente me defraudó. La proyección, conducida por el actor británico Jeremy Irons, no contaba con un discurso claro, ya que los continuos flashforward acusaban falta de coherencia; algunos temas no tenían nada que ver con el museo, las entrevistas a algunos personajes no tenían relación y se perpetuaban errores históricos hoy sobradamente refutados tras los que parece inexplicable que se encuentre el sello de la institución.
Dentro de este bicentenario ha tenido cabida otra conmemoración. Este 2019 se han cumplido ochenta años del fin de la guerra civil española, tema en torno al cual han girado las propuestas de otras muchas instituciones, focalizadas también en el exilio. El congreso Museo, guerra y posguerra. Protección del patrimonio en los conflictos bélicos ha acogido diferentes investigaciones de este ámbito en octubre, recordándonos también esta función investigadora de los museos que, sin embargo, no reconoce la Ley 14/2011 de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, al no considerarlos Organismos Públicos de Investigación y no recibir financiación expresa para el desempeño de esta tarea imprescindible.
Acaba aquí la revisión de esta conmemoración que abre las puertas a nuevas revisiones en el futuro gracias a la caja del tiempo depositada en la sala de las musas con objetos simbólicos del bicentenario. Solo queda sumar las referencias que la prensa devuelve sobre las cifras estratosféricas de las visitas que ha recibido el museo. Cabe preguntarse entonces si, a pesar de las críticas que recibe la articulación de políticas culturales en torno a los aniversarios, estos son propuestas efectivas. El Prado lo ha conseguido, ahora tendremos una nueva oportunidad de descubrirlo en 2020 con la celebración de los treinta años del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
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